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lunes, 21 de marzo de 2011

Sergio Hernández en Perfil: "Me siento un poco estancado”



Sergio Hernández llega al Estadio de Obras en absoluto silencio. Está por enfrentar uno de los partidos más importantes de la temporada y, sin embargo, parece sedado. Cualquiera diría que no es el mismo, que después del reciente pico de estrés, bajó un cambio. Pero él lo niega. Saluda a todos, charla con Julio Lamas y enfrenta a PERFIL, sin más remedio. “Hagamos la nota después del partido”, pide. “¿Y si pierden?”, se le responde. “No pasa nada”, sentencia. Finalmente, Peñarol

pierde y complica sus chances de terminar primero en la fase regular. Sin embargo, Oveja sale del vestuario a los cinco minutos de la derrota y cumple con lo que había prometido. Una excepción en un ambiente tan histérico. “Yo no sabía ni sé lo que es el estrés. Los doctores me aconsejaron que parara y fue lo que hice. Me corrí de la escena. Aunque no fue un descanso del todo suficiente. Para un tipo que viene de cinco años seguidos sin descansar la mente, lo ideal sería un parate más continuado”, arranca.

—Se te nota un poco más pasivo desde el banco. ¿Tiene que ver con el tema de la salud?

—Uno va cambiando con el tiempo. Yo ya dirigí más de mil partidos, 400 en los últimos tres años. Se quema un poco la cabeza. Y tampoco puedo estar como loco cada vez que jugamos, corriendo por la línea lateral como cuando tenía 30 pirulos, porque ahí me internan por falta de estado físico. Uno, con la edad, empieza a liderar de otra manera. Por otro lado, he aprendido que estar loco no sirve de nada.

—Antes de salir de la Selección, hablabas de correrte un poco de la escena. ¿Te cansaste de todo?

—Hace cinco años que hablo sin parar. Hablo por televisión, hablo para las clínicas, me llaman de la radio y hablo, me buscan de un diario y hablo. Hablo con los jugadores, con los dirigentes… Ya estoy cansado de escucharme a mí mismo, me siento un poco estancado. Si a eso le sumás las presiones por el resultado, la ambición mía, es complicado. No aprendo. Lo que voy a decir, yo ya lo sé. Quiero volver a escuchar. Por algo la naturaleza me dio dos oídos y una boca y no al revés.

—Lo curioso es que…

—(Interrumpe) Necesitaba y aún necesito una pausa, cambiar de perspectiva. Más allá de que paré y que me hizo bien. Busco otras cosas: poder ir a un torneo como espectador, analizar cómo entrenan otros, participar de clínicas… Correrme de la luz principal.

—Bueno, ¿pero entonces existe la chance de que no dirijas tampoco a Peñarol la temporada que viene?

—No creo que llegue a estar una temporada sin dirigir. Mi esposa me echa de mi casa. Se estresaría. Pero sí, tal vez no empiece. Yo tengo la ilusión de volver a dirigir en Europa. El tema es que no está fácil conseguir trabajo allá. Entonces se abre la posibilidad de esperar algo de América. Hay ligas que empiezan más tarde, yo qué sé. Veremos.

Balance. Una vez, hace muchos años, Hernández, que recién comenzaba, juntó plata y viajó a Buenos Aires: quería ver los entrenamientos de la Selección argentina en vivo. Así que se presentó en el Club Ciudad y se ubicó en un costado, tímido. En un momento,el DT Alberto Finguer miró para donde él estaba y gritó: “Oveja, alcanzame las pelotas que están debajo del aro”. Como no podía creerque le estuvieran hablando a él, ignoró la directiva. Pero a los pocos segundos, Finguer volvió a insistir, esta vez con el coro de un par de jugadores: “Dale, Oveja, pasame las pelotas”. Así que Hernández, con una gran emoción a cuestas, se levantó y se acercó al lugar para cumplir la orden. Justo en ese momento, apareció una voz desde atrás al grito de: “Bueno, che, no me dejan descansar un segundo. Ahí les paso las pelotas”. Era la voz de Mario “Oveja” Coronel, el utilero, el único Oveja famoso en el ambiente, hasta entonces.

La anécdota, relatada en el propio sitio de Hernández, ilustra todo lo que añoró el DT llegar hasta dónde llegó. Por eso sorprende tanto que en el momento más importantede su carrera haya decidido comenzar a especular con su continuidad en la Selección. Y a hablar de que su ciclo, tal vez, estaba cumplido. Eso, dicen, influyó en su salida.

—¿Te interesaría volver a la Selección en algún momento, o ya es una etapa superada?

—(Piensa) Sí, me interesaría, pero no ahora. Ojalá que Julio (Lamas) pueda cumplir su sueño. Y el de todos: llegar a Río 2016. No es momento de hablar de esto. No es mi momento, al menos.

—¿Cuál es el balance de tu ciclo ahora que pasó un poco de tiempo? Tuviste piedras en el camino y terminaste con consenso absoluto…

—Las piedras en el camino, cada uno sabrá por qué aparecieron y de dónde vinieron. Yo lo sé. A mí la Confederación me contrató para que la Selección juegue de la mejor manera posible. Y ese mismo año, el de las piedras en el camino, jugamos bien. Yo ya no entro más en la pavada de que mi primera etapa fue dura y que me fui con la revancha de haber revertido una situación.

—Pero el escenario cambió en el transcurso del proceso…

—Es cierto que hubo un vuelco en mi conducción desde 2007 y que gané en confianza. Y que terminé bien y me fui de manera elegante. Lo agradezco. El tema es todo lo que se dijo ajeno al básquet. Los que hablaban de que le abría mucho las puertas a la prensa, etcétera… No tiene sentido volver sobre eso.

—¿Se te acabaron las ambiciones? ¿De ahí puede derivar todo este desenlace?

—Es mentira eso de que cuando ganás se te apaga la sed de triunfos. Todo lo contrario. Cuando conociste la gloria, no la querés abandonar nunca más. No te conforma absolutamente más nada. Antes de ganar, por ahí, uno firmaba una semi o una final. Una vez que fuiste campeón, chau, perdiste. Todo lo que querés es volver a repetir ese momento. Y es muy peligroso.

—Te puede agarrar un ataque de estrés, por ejemplo…

—Y claro. No siempre voy a poder ganar. No existe nadie que gane siempre. Hay momentos en los que se pierde. Y uno me puede querer tirar debajo de un tren por eso. Debo controlarlo mejor.

Fuente: Germán Beder / Diario Perfil

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